Por Dadá G.

Este era una vez un universo. Un universo diminuto, reducido a un punto denso y abstracto, acabado de nacer, de tomar conciencia. No tenía tiempo ni espacio. Quiso tener sensaciones y se expandió formando una línea. Se alargó -plano- hasta donde pudo y su misma elasticidad lo regresó al Origen. Fue asterisco, fue estrella, fue triángulo amoroso y círculo vicioso. Tomó muchas formas antes de decidir ser explosión.

Vino la luz, vino el espacio. Era libre, era planeta y vacío. Era sombra y mineral. Sintió y fue calor y piedra; después fue agua y sintió sed.
Creó horizontes y paisajes, células y organismos, formó huesos, músculos, dientes y pelaje; escamas, ojos, quiso uñas y alas. Ávido de sentir libertad, se hizo pájaros, quiso ser amor y se creó perro, sintió el orgullo y se volvió gato.

Quiso disfrutar, vivir el calor, la playa, el sexo, la comida, el frío y la lluvia. Fue mono y caminó erguido para tomar la mano de su hermano. Fue hembra y macho, niño y anciana. Quiso concebir y renacer, saber que es dar a luz hoy y mañana, quiso ser madre y perder a su hijo, quiso ser amante; creó, escribió y dibujó, manejó la piedra, el metal y el átomo. Sintió ganas de conocer la pobreza y la opulencia, murió de hambre, fue una bestia y abusó de si mismo. Destruyó sus árboles y sus mares -a sí mismo- perdió conciencia de su unidad y se creyó individual. Se sintió dividido, sólo e incompleto. Se auto exploró en barcos, trenes, naves. Se conquistó sin recordar que era a él mismo a quien dominaba. Peleó, quemó y fue cenizas, volvió al polvo.


Su memoria funcionó de pronto, muy tarde, despertó del sueño de su creación y se dio cuenta que seguía siendo un punto. Denso y abstracto.

 

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