Por Ícaro Llamas.

Acabo de presenciar una escena por demás curiosa. Hace unos momentos una joven familia solicitaba información en un hostal de Playa del Carmen; el padre tenía un particular interés por las habitaciones compartidas. Una vez que le explicaron que era una habitación grande que compartía con otros cinco desconocidos, una inocente duda se presentó en la inocente cabeza del inocente padre de familia: “¿Y comparten habitación hombres y mujeres? ¿No hay ningún problema?”, “¿Como por qué? ¿Tú tendrías algún problema?” le contestó el personal del hostal. “No, yo no ¿Pero no ha intentado propasarse un hombre con una mujer?”.

¿Por qué vemos como normal algo que no lo es? ¿No es posible que haya dos entidades humanas juntas en la misma habitación sin que se violen o se maten? No tenemos tres años. No somos animales, carajo. No es posible que un miembro pensante y productivo de una sociedad considere indispensable que nos separen en cajones, por géneros, para evitar sentirse tentado por una mujer. Que una habitación o un baño sea unisex, y esto represente una idea innovadora y a la vez un tabú, habla muy mal de nosotros como raza humana.

Momentos antes, había solicitado información una chica francesa, rubia y guapa. En cuanto se fue, un señor que comía en el restaurante del lugar le preguntó al encargado el precio de la habitación compartida. Al resolver su duda, preguntó: “¿Y la güerita, se queda en compartida?”. No alcancé a escuchar la respuesta, sólo vi que el señor reía. Si bien, parte de viajar como backpacker es la experiencia de conocer gente, debe ser sumamente desagradable un roomie así.

¿En verdad nuestros instintos nos dominan tan de pronto y con tanta facilidad? ¿Somos esclavos de nuestros sentidos, ávidos de placer? Si así fuera, los homosexuales seríamos amos y señores del autocontrol. Regaderas, mingitorios y la bien sabida falta de pudor masculina forman parte de un inmenso escaparate de rabos a los que nos vemos expuestos y, siguiendo esta lógica, caeríamos rendidos, violando a cuanto hombre desnudo se nos ponga enfrente o, de menos, haya osado dejar al descubierto su provocador miembro.

Ana Torroja canta en una canción de Mecano:

“(…) pero por el squash

es mejor no volver,

no sea que un día en las duchas

no me pueda contener”

La canción cuenta la historia de un tipo que cree de pronto, así como si de gripa o mal de ojo se tratara, haberse vuelto maricón después de una noche con alcohol en demasía; y en verdad es una grave preocupación para él, el ver a un hombre desnudo tomando un baño y no poder resistirse las ganas locas de hacerlo suyo contra el duro y húmedo piso de las regaderas. Creo que esta idea de no poder compartir una misma habitación con el objeto de SU deseo, sin la adecuada supervisión de un adulto responsable, es similar a cuando alguien dice que un niño los provocó. Creo incluso que este tipo de pensamientos son la semilla de la homofobia; cuando alguien no puede resistir el ver a una chica durmiendo vulnerable en la misma habitación que él sin intentar “propasarse”, difícilmente resistiría los encantos homosexuales que de por sí, cuando queremos, son muchos y bien efectivos. Y entonces sí, habría que culpar al provocador que incluso, dañó la masculinidad de la pobre victima.

La presencia cada día mayor de baños unisex y espacios comunes en donde convivimos hombres y mujeres por igual, nos invita a crear conciencia y dejar de criar generaciones de humanos sin empatía ni respeto hacia los demás.

 

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