“Ocho hermosos cuerpos masculinos coexitían desnudos tras la puerta casi sin notarse entre ellos. Algunos de pie, la mitad recostados en las literas asignadas para cada uno de ellos.”
Tomó la larga perilla de la puerta quedito, como con miedo a que se fuera a romper. Su mano morena contrastaba retadora con el color de esmalte turquesa de sus uñas, cada una descarapelada de las puntas por un mal cuidado o una mala aplicación. “Craqueladas” las llamaba ella.
Entró a la oficina despacio, como temiendo romper algo. Su andar pausado e inseguro podría ser interpretado por ojos inexpertos como vergüenza, como un malestar de provinciana incómoda en ese entorno ejecutivo.
Detrás del amplio escritorio gris la miraba el funcionario con repulsiva curiosidad. El desagrado reflejado en su cara –casi tan gris como el escritorio– solo era superado por la intriga que le producía ver aquella persona entrando en su oficina.
— Buenas —dijo él.
Con cuidado, recorrió ella los escasos metros que separaban la puerta del escritorio.
— Buenas tardes — contestó ella tras quedarse de pie a un lado de la silla para visitas. Su voz nasal, aguda y bajita -como ella- llegó con dificultad hasta los oídos del hombre.
— Pues dígame —ordenó casi impaciente él. Con su mano izquierda cogió la pata izquierda de sus lentes bifocales y los deslizó hacia abajo en su nariz, como para ver directo y sin ninguna barrera aquel cuerpo entrado en carnes de rizado y negro pelo.
— Vengo por mi Gabriel. Me dijeron que aquí me lo tienen guardado —explicó— Se me salió de la casa hace dos días con lo del temblor y pues ya ve… —con su mirada señaló su cuerpo lastimado. Su short negro permitía ver unos raspones frescos en sus carnosas rodillas. El top turquesa (a juego con las uñas) dejaba al descubierto unos rasguños en su prominente panza. Ambos detalles eran coronados por una cara bastante herida; un ojo morado, los labios hinchados y un vendolete en el pómulo derecho.
— Ya dejó sus papeles afuera, supongo —dijo él con una mueca— a ver, tome asiento.
Sujetando con excesivo cuidado el respaldo de la silla la jaló hacia atrás casi sin hacer ruido. Luego se sentó. Lento. Quedito como sólo ella lo hacía.
— ¿Nombre? —interrogó el funcionario mientras empujaba los lentes hacia arriba dejándolos en su lugar original.
— Gabriel, como le decía —contestó apenas audible. Sus manos apretaban ansiosas una correa fucsia que terminaba en un collar de diamantes de plástico.
— No, el de usted —la corrigió el funcionario bajando de nuevo la altura de sus lentes y mirándola inquisidor.
— Raimundo Medina Méndez —contestó distraída ella en voz baja pero segura— la Suavecita me dicen.
Como si se hubiera tratado de un hechizo, al terminar la frase, la silla de la Suavecita comenzó un agudo y lastimero grito.
— IIIUUUHHH… —dijo, y se quebró en dos desde atrás, dejándola tirada boca arriba, sentada aún pero en horizontal.
— Lo siento —dijo suave Suavecita desde el piso, como acostumbrada a tales eventos. “Mi salazón” decía ella.
— ¿Podemos ir por mi Gabriel? —insistió ella levantándose del piso ante la mirada atónita del funcionario.
— Si gusta seguirme, señor Raimundo —dijo el funcionario haciendo un especial énfasis en el “Raimundo” y poniéndose de pie.
Al final de un largo pasillo, el funcionario abrió la puerta de la primera de dos habitaciones. Suavecita entró con cuidado mirando alrededor con sus grandes ojos cafés.
Ocho hermosos cuerpos masculinos coexitían desnudos tras la puerta casi sin notarse entre ellos. Algunos de pie, la mitad recostados en las literas asignadas para cada uno de ellos.
Un cuerpo oscuro como el ébano se acercó a oler a Suavecita. Al bajar su cabeza desde sus más de dos metros de estatura hacia el un metro con cincuenta y siete centímetros de ella, su negro abdomen de terciopelo se flexionó marcando sus relucientes músculos.
— Ay… —dijo juguetona Suavecita mientras se dejaba olisquear su negro pelo y aprovechaba para respirar también ella el salvaje aroma a semental de aquel magnífico ejemplar.
El ser frente a ella se irguió y sacudió el enorme par de oscuras alas emplumadas que tenía detrás. En seguida continuó su camino con una actitud felina, como seductora y a la vez huraña.
Casi por instinto, sin poderse contener y sin pensar siquiera en las consecuencias, Suavecita extendió su mano hacia la portentosa desnudez del ángel negro, reaccionando éste último lanzando una feroz mordida e hiriendo el dedo indice de ella.
En la habitación contigua un alboroto se hizo oír. Como un aleteo impaciente.
— No está aquí, ha de estar allí alado —bromeó Suavecita con un juego de palabras y tapando tímida su boca al reír.
Al abrir la segunda puerta, un alto y musculoso tipo alado de melena y pubis caucásico los recibió sonriente.
— ¡Suave! —dijo él emocionado, moviendo feliz sus fastuosas alas blancas. Los ojos azules de gabriel expresaban una alegría inmensa que era confirmada por una sonrisa blanca y perfecta.
— ¡Gaby bebé! —exclamó Suavecita alzando un poco la voz, en lo que para ella era casi un grito, mientras Gabriel ponía una rodilla en el piso dejándose colocar el collar de falsos diamantes en su grueso cuello.
Al fondo de la habitación dos ángeles sentados uno frente al otro sobre un sucio colchón, peinaban mutuamente sus rubias y largas cabelleras, mientras uno más los ignoraba tendido sobre la misma cama dándoles la espalda.
— Listo, licenciado. Aquí está mi Gabriel —dijo Suavecita agradeciendo al gris funcionario— Ahora vámonos antes de que me decida por llevarme también algún otro.
Los veintitrés escalones que separaban la salida del edificio de la acera, habrían indiscutiblemente roto el cuello de Suavecita al rodar en caída libre sobre ellos, después de pisar por accidente la agujeta rosa de sus gastados Converse y tropezar hacia su muerte.
— Cuidado con esas agujetas, Suave. Siempre es lo mismo contigo —regañó cariñoso Gabriel mientras señalaba el pie derecho de su protegida.
— Lo siento —dijo apenada ella mientras se agachaba a amarrar los cordones— ¡Ay, mira! ¡Un billete de a doscientos!
Su ángel había vuelto con ella.
¿Te gustó el cuento? ¿Qué esperas para compartirlo?
Me gusta leer tus opiniones, déjame conocerlas y saber qé es lo que opinas.
¡Nos leemos pronto!