Habiendo aprendido el arte de volar a la temprana edad de tres años, un martes trece cualquiera, Ícaro voltea hacia la ventana con el balcón, retrocede cinco pasos, toma impulso y emprende el vuelo.

Apenas una hora antes, fumando un cigarro y observando el cambiante muro de humo que se forma por contraste con un haz de luz filtrado por el espacio entre la ventana y la cortina, se da cuenta que está cansado de El Hombre. Lleva ya un rato conviviendo con Él y sus manías, sus raras costumbres y su corto entendimiento; no lo considera un ser maligno, al contrario, es sólo su naturaleza destructiva y egoísta. Ícaro ha intentado ya demasiadas ocasiones convivir con Él y llevar la fiesta en paz, pero la raza de El Hombre es una raza testaruda, desconfiada y de ideas arraigadas con las que Ícaro no puede más.
Sale del edificio esquivando el cableado eléctrico y el horizonte se pierde entre azoteas pobladas de tinacos, tendederos llenos de ropa húmeda y recién lavada y tanques de gas. El murmullo casi orgánico del ser que es La Ciudad trae arrastrando consigo el ruido natural del tráfico: claxon-choque-grito-sirena, claxon-choque-grito-sirena. Las voces de los vendedores gritando y ofreciendo fruta, ropa, carne y piratería en el tianguis se van quedando atrás mientras desde un puente peatonal, tres niños le dicen adiós moviendo sus manos.
El salvaje paisaje urbano le muestra avenidas transitadas por habitantes de un sinnúmero de extrañas naturalezas. Seres fantásticos conviviendo entre ellos sin siquiera reparar en la mutua existencia.

The Queer Guru - Gay Poetry

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El sol le pega de frente y sus labios comienzan a secarse. Esa indescriptible sensación del viento jugando con su pelo, esa libertad casi mágica de alboroto capilar, esa misma, él casi ni la nota, ya que la calvicie sobre su cabeza cada día es más grave.
Volando y agitando sus enormes alas de translúcido plumaje, pasa sobre el grupo de sirenas transgénero, cantando para atraer a sus clientes. De reojo alcanza a ver cómo una de ellas inclina hacia abajo un poco sus lentes de sol y le dirige un gesto obsceno con la mano.
En el decimosegundo piso de un edificio de trece niveles puede observar a Teseo sodomizado por el Minotauro y sobre el buró varios frascos de ambrosía consumidos en una noche de excesos.
Pasa también sobre las oficinas de las hadas justo en el momento en que discuten cómo ganar terreno en la venta de deseos.
Después de una media hora de vuelo intenso, casi a las afueras de la ciudad, llega a una casa humilde y descuidada en cuya única ventana se alcanza a leer sobre un cartón pegado en ella una propuesta: «SE ESCRIVEN LINIAS DE LAS MANOS». Por fin ha llegado.
Toca la puerta y enseguida atiende una mujer morena de mediana edad en cuyos rasgos se adivinan los genes de la Reina de Tréboles. Ésta le explica de manera detallada el proceso casi quirúrgico mediante el que le serán borradas las líneas en las palmas de las manos para posteriormente ser trazados unos nuevos que cumplan con sus requerimientos, por un artesano experto en neo quiromancia. El precio es alto, pero es una práctica segura con resultados inmediatos. Garantizado.
Ícaro explica que no es lo que él busca, pero necesita de sus servicios; lo que él busca es un procedimiento “a medias”. Solicita que le sean retiradas las líneas del destino y no le sean colocadas ningunas otras.
Es algo peligroso, difícil y delicado pero no imposible, aunque sí de un costo más elevado. Ella pide a cambio sus alas.
Ícaro vacila unos segundos ¿sus alas a cambio de un futuro incierto, que ni las cartas ni el café o las estrellas podrán regir? Una carta abierta, una senda en blanco dispuesta a ser trazada a diario fuera de cualquier parámetro. ¿Es el valor de sus alas, otra manera de libertad? Vivir sin la promesa por cumplir de una vida larga, dos hijos, la compañía de El Hombre, futuras pérdidas y éxito a largo plazo. Suena tentador.

Ícaro sale de la humilde casa y a pocas calles toma el autobús. Haber tomado una decisión de esa magnitud amerita un festejo, por ello se dirige al local del centro donde venden las mejores rebanadas de aire frío, el mejor remedio contra el calor caribeño.
Con el aire fresco en una bolsa de papel se despide, feliz, del dependiente: un chico delgado de pestañas largas y mirada alegre, sonrisa grande y trato amable, cuyo imberbe rostro le ha conquistado.
Al llegar a la esquina Ícaro comienza a volar decidido a olvidar de una vez la vida larga, los dos hijos, la compañía del hombre y las futuras pérdidas.
Se mira las líneas de las manos dispuesto a trazar su destino.

 

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